PAIS DE GENTE POBRE
Uno de los líderes de la lucha por la independencia de la India del dominio inglés dijo que "la India no es un país pobre, es un país de gente pobre". La definición parece acertada, a juzgar por la experiencia de estos veinte días en la superpoblada nación. Ya el trayecto desde el aeropuerto de Nueva Delhi, adonde llegamos en vuelo desde Istambul, nos dio una muestra de lo que serían posteriores días de pedaleo por la parte más densamente poblada del segundo país más habitado del planeta (1.027 millones de habitantes en 2001, poco menos que China en cerca de la mitad de territorio).
Saliendo del aeropuerto a las 5 de la mañana, ya un maremágnum de vehículos de todo tipo y tamaño se arremolinaba en la salida, desde camiones hasta bicicletas y curiosos autorickshaws (una moto de tres ruedas que hace de taxi y deriva de las viejas rickshaws llevadas a mano y de las ciclorickshaws, a pedal). El pegajoso calor que a esa hora ya rondaba los 30 grados (para trepar luego a 40 o más), agravado por una impresionante polución, daba al andar en bicicleta un contexto poco agradable. Una vez pedaleando, nos encontramos con la sorpresa de que el tráfico circulaba en todas direcciones: mano, contramano y, en ambos sentidos, también por la banquina. Ya entonces empezamos a notar la pobreza. Una pobreza no vista en otros países, ni siquiera en los africanos. Porque la pobreza de la India es ofensiva, con gente en distintos niveles de degradación y miseria, viviendo en la calle en escalas multitudinarias.
Entrar a Delhi no fue complicado: como vieja capital del Raj, el imperio británico de la India, la ciudad tiene amplias avenidas, generalmente arboladas, y relativamente buena señalización. Lo que no resulta tan fácil es encontrar buenos hoteles a precios razonables, lo que nos llevó a cambiar varias veces de alojamiento. La experiencia más económica resultó un albergue de la juventud en que finalmente tuvimos que pasar la noche en dormitorios separados por sexo, con cortes de luz y abundantes mosquitos, en una decisión que buscó abaratar costos pero se demostró errada. Por lo que nos mudamos a una casa de huéspedes de los jóvenes cristianos, que además de proveer de habitaciones dobles contaba con un restaurante que parecía confiable (nos habían recomendado varias veces ser precavidos con el tema "higiene en las cocinas").
Una de las principales actividades en Delhi fue tratar de resolver el recorrido posterior a Nepal. En la embajada china nos resultó imposible sacar una visa en tiempos y costos razonables toda vez que no nos da el presupuesto para alojarnos en un hotel internacional, ni los tiempos para pedir al banco una carta en que conste el dinero que disponemos, ni las ganas para hacer todo la serie de truchadas con las que algunos viajeros engañan a la embajada china. Teníamos el problema adicional de que Nepal, nuestro próximo destino después de India, limita con el Tibet, una región a la que los chinos no dejan llegar fácilmente a extranjeros. Y menos ahora, tan cerca de los Juegos Olímpicos. Así que decidimos ir a Vietnam y ampliar el recorrido por el sudeste asiático, dejando la China para mejor ocasión. La visa de Vietnam nos fue otorgada en un día.
En Delhi fuimos a los memoriales de Jawarhalal Nehru, el primer gobernante de India independiante y uno de los líderes, junto con Mohandas Gandhi, del movimiento de liberación del país, y de su hija Indira Gandhi (no relacionada con el Mahatma, como posteriormente se lo apodó al adalid de la no violencia como forma de lucha política), con muy buenas imágenes de la interesante historia reciente del subcontinente.
La India fue conquistada por los ingleses a lo largo de dos siglos, imponiendo su dominio sobre distintos estados autóctonos por medio de la East India Company, hasta asumir el control colonial directo en 1857, después de derrotar sangrientamente una rebelión conocida como "el motín de los cipayos" por los británicos y como la "primera guerra de independencia" por los indios. A partir de allí, el movimiento anticolonial conoció un importante crecimiento hasta que el liderazgo de Gandhi y su estrategia de resistencia pasiva y no violenta puso en crisis al dominio inglés. Sin embargo, fue el fin de la Segunda Guerra Mundial y el consiguiente debilitamiento de los viejos imperios coloniales lo que terminó de definir la retirada europea, proceso que, por otra parte, dejó un legado sangriento: la partición del país en una India de mayoría religiosa hindú (la India actual) y otra musulmana (los ahora Pakistán y Bangladesh). Este conflicto sigue vigente todavía, con cíclicas tensiones fronterizas entre los dos países, atentados con bombas (hubo uno sangriento en Jaipur dos días antes de que llegasemos al país) y tensiones interreligiosas permanentes. Nehru fue el primer Primer Ministro de la India independiente en 1947, momento marcado también por el asesinato de Gandhi por un fanático religioso, por, entre otras cosas, la oposición de aquel a la partición de la India. El magnicidio parece ser una tradición en la política india: la hija de Nehru y su sucesora en el poder, Indira Gandhi, fue asesinada en 1984, y su hijo Rajiv Gandhi en 1991.
La confrontación politico, social y cultural básica, en India, parece ser entre los partidarios de un Estado secular, moderno y los de una sociedad basada en la religión y la tradición. Más allá de los valores espirituales de la religion hindú, estas tradiciones implican, entre otras cosas, el oprobioso sistema de castas, contra el cual hay rebeliones desde hace más de 2.500 años. El surgimiento de otras religiones, como el budismo, el sikhismo y la misma expansión del Islam está relacionado también con el rechazo a este sistema que aun hoy estructura la sociedad india y decide primariamente quienes viven en las calles y quienes no.
En nuestra recorrida por la capital del país también visitamos la vieja Delhi, donde tuvimos una primera visión de sus calles caóticas, donde se entremezclan todo tipo de vehículos, peatones, vacas sagradas, mugre en toneladas, gente apiñada alrededor de pequeñísimos comercios, cables colgando y todos los elementos para hacer de la zona un lugar difícil de tolerar. En Vieja Delhi se encuentran varios monumentos de la época del esplendor musulmán indio, correspondiente al imperio Mogol, que construyó varios de los que resultan más famosos y atractivos para los visitantes, como el Fuerte Rojo o la mezquita Jama Masjid. La misma dinastía construyó en Agra (la siguiente ciudad que visitamos) el Taj Mahal.
POR LA LLANURA DEL GANGES
Las condiciones climáticas que imperan en esta época del año en India (se trata de la etapa previa a los monzones, con temperatures cotidianas entre los 30 y los 40 grados) no son las mejores para una travesía en bicicleta. Pero por suerte el terreno por la llanura del río Ganges es casi totalmente plano, lo que nos permitió avanzar con rapidez.
Salir de Delhi implicó hacer unos 30 kilómetros atravesando suburbios industriales ampliamente contaminados y con gran tráfico, que por ser mayormente de bicicletas no resultó muy desfavorable. La cantidad de bicicletas, por lo general pesadas máquinas de tipo inglesa que cargan todo tipo de cosas, es enorme, pues la bici es el medio de transporte popular en un país donde el ingreso de la mayoría es menor a un dólar diario. Ibamos en medio de una fila de ciclistas, a los que en general pasábamos porque el llano nos permitía un buen promedio de velocidad, lo que provocabala reacción de muchos, que se esforzaban para alcanzarnos o seguirnos el ritmo, generando algunas situaciones simpáticas. La escena se repitió todo el tiempo que pedaleamos por el país: después de pasar un ciclista que circulaba lentamente, al poco tiempo escuchamos el rítmico ruido a lata que generalmente hacen las castigadas máquinas, y el veloz hombre nos pasaba para, casi invariablemente, doblar en el primer camino o ser nuevamente alcanzado al cansarse. De todos modos, la competencia de los ciclistas no representó más que un detalle risueño en unas rutas estresantes. La circulación en la India se caracteriza por ser la ley del más fuerte y el reino de la bocina: todos tocan bocina permanentemente, tanto la bicicleta con timbre hasta el camionazo, y todos van para adelante tratando de pasar antes, frenando solo en última instancia. Una fuerte lluvia se largó ese día saliendo de la capital y nos empapó, lo cual alivió algo el calor tórrido, pero también llenó de pegajoso barro la ruta y, por ende, a nuestra bicicleta, equipaje y nosotros mismos.
La ruta hacia Agra, la ciudad del Taj Mahal, el famoso monumento al amor de un emperador por su fallecida esposa, nos tomó dos días, en los cuales empezamos a ver la India rural, con gente por todos lados, vacas sagradas, bosta de las vacas sagradas acumulada por doquier, organizada y apilada casi en forma industrial por los campesinos(imaginamos que para usar como abono, aunque la explicación no nos dice nada sobre el por qué de tal artesanía), pueblos difíciles de atravesar, entre otras cosas.
La llegada a Agra, a las 4 de la tarde y con un calor infernal que nos puso al borde de la deshidratación, fue un descenso a los infiernos del Dante. Equivocamos la entrada (la mayor parte de los carteles están en hindi, cuya escritura por supuesto no entendemos) y nos metimos con tándem y trailer por unas callejuelas laberínticas, donde pasamos milagrosamente esquivando gente, motos, bicis, bicirickshaws, vacas, pozos, barro y basura. Finalmente llegamos al Taj Ganj, el barrio vecino al Taj Mahal, que contrasta notorialmente con el esplendor de la tumba blanca.
El Taj Mahal, sin embargo, justifica los sacrificios para llegar hasta él. De una belleza incomparable, parece mentira que esté inmerso en esa ciudad que nos tocó atravesar. No vale la pena intentar contar lo que ya ha sido descripto mil veces y se puede apreciar en fotos y documentales, solo mencionamos que es tal cual se puede ver en éstos, un magnífico palacio-tumba que se recorta contra el fondo del río Yamuna, afluente del Ganges. En Agra también visitamos el Fuerte y la cercana ciudad fantasma de Fatepur Sikri, construidas por el gran emperador Akbar, que unificó casi toda la India bajo el dominio mogul.
Ver las fotos del recorrido desde Delhi hasta Agra, la ciudad del Taj Mahal.
Ver las fotos de las visitas al Taj Mahal, el Fuerte de Agra y Fatehpur Sikri.
Desde Agra hicimos otros 400 kilómetros, en las mismas condiciones, hasta llegar a la capital del estado de Uttar Pradesch, Lucknow. La ruta mejoró bastante, con algunas partes de autopista recién hecha y otras en construcción. Parábamos en hoteles medianamente buenos (obviamente, siempre que fue posible) pues después de pedalear el día entero en la miseria, tratábamos de pasar una noche más o menos cómoda. En particular una noche en la ciudad de Aurhiya fue bastante molesta por las condiciones del lugar, pero era el único disponible en el pueblo al que arribamos después 140 km de pedaleo. En Kanpur, una ciudad bastante grande y con las características de una gigantesca favela, la autopista pasaba por encima de la ciudad, sin bajadas. La única salida estaba tapiada, así que pasamos como pudimos. Por suerte en esa ocasión encontramos un ciclista solidario que nos llevó a un alojamiento muy bueno, en el que, sin embargo, nos robaron los baqueteados aislantes que usábamos en la carpa y que cometimos el error de dejar sobre el trailer de la bicicleta durante la noche. Al otro día llegamos a Lucknow, donde nos quedamos dos días, mayormente descansando. Visitamos allí las impresionantes ruinas de la Residencia, donde los ingleses fueron sitiados durante cinco meses durante la rebelión india de 1857.
De Lucknow fuimos a Faizabad, por una ruta más precaria (nos apartamos de la carretera troncal que une Delhi con Calcuta). En esta ciudad fuimos a visitar el vívido pueblo sagrado de Ayodhya, un caótico conjunto de gente, animales y vehículos, cuyos templos son visitados por los fieles hindúes que llevan flores y dulces en ofrenda. Dicen que se trata del lugar de nacimiento del dios Rama, lo que motivó en1992 que una multitud de fanáticos derribara una mezquita del siglo XVI por ocupar el supuesto lugar exacto del acontecimiento divino. Eso fue el comienzo de una serie de masacres religiosas entre hindúes y musulmanes en las que estos, por ser minoría, llevaron la peor parte. Actualmente el templo hinduísta construído en su lugar está fuertemente custodiado por el ejército, para prevenir situaciones similares.
De la ciudad sagrada pedaleamos, en dos días, hasta Gorakhpur, desde donde tomamos el desvío hacia la frontera nepalí. Una ciudad frenética, como la mayoría, donde, una vez más, entrar con nuestro longilíneo vehículo fue una aventura. Al día siguiente hicimos los 100 kilómetros restantes hacia la frontera. Una lluvia torrencial nos tomó en el medio, y nos ofrecieron refugio en una especie de casa-comercio al costado del camino. Acercándonos a Nepal, las condiciones de vida de la población rural parecieron mejorar algo. Lo que sí notamos ciertamente fue un cambio notorio en la actitud de la gente, más alegre y comunicativa. Nos acordamos del norteamericano Rusty que, en Jordania, nos había dicho: "cuando se cansen de la India, vayan a Nepal. La gente es igual de pobre pero sonríe". Al parecer, ya unos kilómetros antes el cambio había comenzado. Cruzamos la frontera de Sonauli en medio de un predecible caos. El puesto de inmigración indio era relamente increíble: una mesa de madera en la vereda, imposible de distinguir de un puesto de venta de choclo o cualquier otra cosa, a no ser por los uniformes caqui de los funcionarios. Del otro lado, una oficina de la recientemente declarada República de Nepal nos esperaba, entrando así a nuestro país número quince.
Ver las fotos del recorrido entre Agra y la frontera de Nepal
Saliendo del aeropuerto a las 5 de la mañana, ya un maremágnum de vehículos de todo tipo y tamaño se arremolinaba en la salida, desde camiones hasta bicicletas y curiosos autorickshaws (una moto de tres ruedas que hace de taxi y deriva de las viejas rickshaws llevadas a mano y de las ciclorickshaws, a pedal). El pegajoso calor que a esa hora ya rondaba los 30 grados (para trepar luego a 40 o más), agravado por una impresionante polución, daba al andar en bicicleta un contexto poco agradable. Una vez pedaleando, nos encontramos con la sorpresa de que el tráfico circulaba en todas direcciones: mano, contramano y, en ambos sentidos, también por la banquina. Ya entonces empezamos a notar la pobreza. Una pobreza no vista en otros países, ni siquiera en los africanos. Porque la pobreza de la India es ofensiva, con gente en distintos niveles de degradación y miseria, viviendo en la calle en escalas multitudinarias.
Entrar a Delhi no fue complicado: como vieja capital del Raj, el imperio británico de la India, la ciudad tiene amplias avenidas, generalmente arboladas, y relativamente buena señalización. Lo que no resulta tan fácil es encontrar buenos hoteles a precios razonables, lo que nos llevó a cambiar varias veces de alojamiento. La experiencia más económica resultó un albergue de la juventud en que finalmente tuvimos que pasar la noche en dormitorios separados por sexo, con cortes de luz y abundantes mosquitos, en una decisión que buscó abaratar costos pero se demostró errada. Por lo que nos mudamos a una casa de huéspedes de los jóvenes cristianos, que además de proveer de habitaciones dobles contaba con un restaurante que parecía confiable (nos habían recomendado varias veces ser precavidos con el tema "higiene en las cocinas").
Una de las principales actividades en Delhi fue tratar de resolver el recorrido posterior a Nepal. En la embajada china nos resultó imposible sacar una visa en tiempos y costos razonables toda vez que no nos da el presupuesto para alojarnos en un hotel internacional, ni los tiempos para pedir al banco una carta en que conste el dinero que disponemos, ni las ganas para hacer todo la serie de truchadas con las que algunos viajeros engañan a la embajada china. Teníamos el problema adicional de que Nepal, nuestro próximo destino después de India, limita con el Tibet, una región a la que los chinos no dejan llegar fácilmente a extranjeros. Y menos ahora, tan cerca de los Juegos Olímpicos. Así que decidimos ir a Vietnam y ampliar el recorrido por el sudeste asiático, dejando la China para mejor ocasión. La visa de Vietnam nos fue otorgada en un día.
En Delhi fuimos a los memoriales de Jawarhalal Nehru, el primer gobernante de India independiante y uno de los líderes, junto con Mohandas Gandhi, del movimiento de liberación del país, y de su hija Indira Gandhi (no relacionada con el Mahatma, como posteriormente se lo apodó al adalid de la no violencia como forma de lucha política), con muy buenas imágenes de la interesante historia reciente del subcontinente.
La India fue conquistada por los ingleses a lo largo de dos siglos, imponiendo su dominio sobre distintos estados autóctonos por medio de la East India Company, hasta asumir el control colonial directo en 1857, después de derrotar sangrientamente una rebelión conocida como "el motín de los cipayos" por los británicos y como la "primera guerra de independencia" por los indios. A partir de allí, el movimiento anticolonial conoció un importante crecimiento hasta que el liderazgo de Gandhi y su estrategia de resistencia pasiva y no violenta puso en crisis al dominio inglés. Sin embargo, fue el fin de la Segunda Guerra Mundial y el consiguiente debilitamiento de los viejos imperios coloniales lo que terminó de definir la retirada europea, proceso que, por otra parte, dejó un legado sangriento: la partición del país en una India de mayoría religiosa hindú (la India actual) y otra musulmana (los ahora Pakistán y Bangladesh). Este conflicto sigue vigente todavía, con cíclicas tensiones fronterizas entre los dos países, atentados con bombas (hubo uno sangriento en Jaipur dos días antes de que llegasemos al país) y tensiones interreligiosas permanentes. Nehru fue el primer Primer Ministro de la India independiente en 1947, momento marcado también por el asesinato de Gandhi por un fanático religioso, por, entre otras cosas, la oposición de aquel a la partición de la India. El magnicidio parece ser una tradición en la política india: la hija de Nehru y su sucesora en el poder, Indira Gandhi, fue asesinada en 1984, y su hijo Rajiv Gandhi en 1991.
La confrontación politico, social y cultural básica, en India, parece ser entre los partidarios de un Estado secular, moderno y los de una sociedad basada en la religión y la tradición. Más allá de los valores espirituales de la religion hindú, estas tradiciones implican, entre otras cosas, el oprobioso sistema de castas, contra el cual hay rebeliones desde hace más de 2.500 años. El surgimiento de otras religiones, como el budismo, el sikhismo y la misma expansión del Islam está relacionado también con el rechazo a este sistema que aun hoy estructura la sociedad india y decide primariamente quienes viven en las calles y quienes no.
En nuestra recorrida por la capital del país también visitamos la vieja Delhi, donde tuvimos una primera visión de sus calles caóticas, donde se entremezclan todo tipo de vehículos, peatones, vacas sagradas, mugre en toneladas, gente apiñada alrededor de pequeñísimos comercios, cables colgando y todos los elementos para hacer de la zona un lugar difícil de tolerar. En Vieja Delhi se encuentran varios monumentos de la época del esplendor musulmán indio, correspondiente al imperio Mogol, que construyó varios de los que resultan más famosos y atractivos para los visitantes, como el Fuerte Rojo o la mezquita Jama Masjid. La misma dinastía construyó en Agra (la siguiente ciudad que visitamos) el Taj Mahal.
POR LA LLANURA DEL GANGES
Las condiciones climáticas que imperan en esta época del año en India (se trata de la etapa previa a los monzones, con temperatures cotidianas entre los 30 y los 40 grados) no son las mejores para una travesía en bicicleta. Pero por suerte el terreno por la llanura del río Ganges es casi totalmente plano, lo que nos permitió avanzar con rapidez.
Salir de Delhi implicó hacer unos 30 kilómetros atravesando suburbios industriales ampliamente contaminados y con gran tráfico, que por ser mayormente de bicicletas no resultó muy desfavorable. La cantidad de bicicletas, por lo general pesadas máquinas de tipo inglesa que cargan todo tipo de cosas, es enorme, pues la bici es el medio de transporte popular en un país donde el ingreso de la mayoría es menor a un dólar diario. Ibamos en medio de una fila de ciclistas, a los que en general pasábamos porque el llano nos permitía un buen promedio de velocidad, lo que provocabala reacción de muchos, que se esforzaban para alcanzarnos o seguirnos el ritmo, generando algunas situaciones simpáticas. La escena se repitió todo el tiempo que pedaleamos por el país: después de pasar un ciclista que circulaba lentamente, al poco tiempo escuchamos el rítmico ruido a lata que generalmente hacen las castigadas máquinas, y el veloz hombre nos pasaba para, casi invariablemente, doblar en el primer camino o ser nuevamente alcanzado al cansarse. De todos modos, la competencia de los ciclistas no representó más que un detalle risueño en unas rutas estresantes. La circulación en la India se caracteriza por ser la ley del más fuerte y el reino de la bocina: todos tocan bocina permanentemente, tanto la bicicleta con timbre hasta el camionazo, y todos van para adelante tratando de pasar antes, frenando solo en última instancia. Una fuerte lluvia se largó ese día saliendo de la capital y nos empapó, lo cual alivió algo el calor tórrido, pero también llenó de pegajoso barro la ruta y, por ende, a nuestra bicicleta, equipaje y nosotros mismos.
La ruta hacia Agra, la ciudad del Taj Mahal, el famoso monumento al amor de un emperador por su fallecida esposa, nos tomó dos días, en los cuales empezamos a ver la India rural, con gente por todos lados, vacas sagradas, bosta de las vacas sagradas acumulada por doquier, organizada y apilada casi en forma industrial por los campesinos(imaginamos que para usar como abono, aunque la explicación no nos dice nada sobre el por qué de tal artesanía), pueblos difíciles de atravesar, entre otras cosas.
La llegada a Agra, a las 4 de la tarde y con un calor infernal que nos puso al borde de la deshidratación, fue un descenso a los infiernos del Dante. Equivocamos la entrada (la mayor parte de los carteles están en hindi, cuya escritura por supuesto no entendemos) y nos metimos con tándem y trailer por unas callejuelas laberínticas, donde pasamos milagrosamente esquivando gente, motos, bicis, bicirickshaws, vacas, pozos, barro y basura. Finalmente llegamos al Taj Ganj, el barrio vecino al Taj Mahal, que contrasta notorialmente con el esplendor de la tumba blanca.
El Taj Mahal, sin embargo, justifica los sacrificios para llegar hasta él. De una belleza incomparable, parece mentira que esté inmerso en esa ciudad que nos tocó atravesar. No vale la pena intentar contar lo que ya ha sido descripto mil veces y se puede apreciar en fotos y documentales, solo mencionamos que es tal cual se puede ver en éstos, un magnífico palacio-tumba que se recorta contra el fondo del río Yamuna, afluente del Ganges. En Agra también visitamos el Fuerte y la cercana ciudad fantasma de Fatepur Sikri, construidas por el gran emperador Akbar, que unificó casi toda la India bajo el dominio mogul.
Ver las fotos del recorrido desde Delhi hasta Agra, la ciudad del Taj Mahal.
Ver las fotos de las visitas al Taj Mahal, el Fuerte de Agra y Fatehpur Sikri.
Desde Agra hicimos otros 400 kilómetros, en las mismas condiciones, hasta llegar a la capital del estado de Uttar Pradesch, Lucknow. La ruta mejoró bastante, con algunas partes de autopista recién hecha y otras en construcción. Parábamos en hoteles medianamente buenos (obviamente, siempre que fue posible) pues después de pedalear el día entero en la miseria, tratábamos de pasar una noche más o menos cómoda. En particular una noche en la ciudad de Aurhiya fue bastante molesta por las condiciones del lugar, pero era el único disponible en el pueblo al que arribamos después 140 km de pedaleo. En Kanpur, una ciudad bastante grande y con las características de una gigantesca favela, la autopista pasaba por encima de la ciudad, sin bajadas. La única salida estaba tapiada, así que pasamos como pudimos. Por suerte en esa ocasión encontramos un ciclista solidario que nos llevó a un alojamiento muy bueno, en el que, sin embargo, nos robaron los baqueteados aislantes que usábamos en la carpa y que cometimos el error de dejar sobre el trailer de la bicicleta durante la noche. Al otro día llegamos a Lucknow, donde nos quedamos dos días, mayormente descansando. Visitamos allí las impresionantes ruinas de la Residencia, donde los ingleses fueron sitiados durante cinco meses durante la rebelión india de 1857.
De Lucknow fuimos a Faizabad, por una ruta más precaria (nos apartamos de la carretera troncal que une Delhi con Calcuta). En esta ciudad fuimos a visitar el vívido pueblo sagrado de Ayodhya, un caótico conjunto de gente, animales y vehículos, cuyos templos son visitados por los fieles hindúes que llevan flores y dulces en ofrenda. Dicen que se trata del lugar de nacimiento del dios Rama, lo que motivó en1992 que una multitud de fanáticos derribara una mezquita del siglo XVI por ocupar el supuesto lugar exacto del acontecimiento divino. Eso fue el comienzo de una serie de masacres religiosas entre hindúes y musulmanes en las que estos, por ser minoría, llevaron la peor parte. Actualmente el templo hinduísta construído en su lugar está fuertemente custodiado por el ejército, para prevenir situaciones similares.
De la ciudad sagrada pedaleamos, en dos días, hasta Gorakhpur, desde donde tomamos el desvío hacia la frontera nepalí. Una ciudad frenética, como la mayoría, donde, una vez más, entrar con nuestro longilíneo vehículo fue una aventura. Al día siguiente hicimos los 100 kilómetros restantes hacia la frontera. Una lluvia torrencial nos tomó en el medio, y nos ofrecieron refugio en una especie de casa-comercio al costado del camino. Acercándonos a Nepal, las condiciones de vida de la población rural parecieron mejorar algo. Lo que sí notamos ciertamente fue un cambio notorio en la actitud de la gente, más alegre y comunicativa. Nos acordamos del norteamericano Rusty que, en Jordania, nos había dicho: "cuando se cansen de la India, vayan a Nepal. La gente es igual de pobre pero sonríe". Al parecer, ya unos kilómetros antes el cambio había comenzado. Cruzamos la frontera de Sonauli en medio de un predecible caos. El puesto de inmigración indio era relamente increíble: una mesa de madera en la vereda, imposible de distinguir de un puesto de venta de choclo o cualquier otra cosa, a no ser por los uniformes caqui de los funcionarios. Del otro lado, una oficina de la recientemente declarada República de Nepal nos esperaba, entrando así a nuestro país número quince.
Ver las fotos del recorrido entre Agra y la frontera de Nepal